domingo, 17 de mayo de 2009

Tras la burla del espacio

Juan Martins- Venezuela

La experiencia teatral se dispone en una relación con el espacio teatral, entendiendo que en este la representación actoral define la conceptualización de la obra. Lo sabemos. En la Sala Río Teatro Caribe de San Bernardino el grupo Guarro Teatro presentó El burlador de Sevilla y el convidado de piedra bajo la dirección de Casandra Indriago. Se nos presentó con un trabajo arriesgado en el que el espacio es sustituido por la fragmentación escénica: ritmos, cadencia, improvisación dan a lugar el nivel de ese riesgo.No quiere decir que este discurso se nos defina. Al contrario, es un proceso en construcción, el espacio se nos hace desde un componente, si se me permite el término, en «costructo»: todo se nos desarrolla en el lugar, en el momento en que el espectador se encuentra con las dos horas del espectáculo. No sabemos por qué un clásico como este de Tirso de Molina se nos convierte en divertimento, si acaso tengo que considerar que se sostuvo en el espectador durante las dos horas, me produce gracia en el habla, en la modalidad de la actuación, en la concepción del gesto actoral. Poco importó la progresión dramática (considerando la complejidad de la sintaxis del relato teatral) para el placer del espectador. Interesó, en cambio, el ritmo de la pieza que pudo sostenerse, como decía, rompiendo con aquella forma de lo clásico: iniciación-centro-desenlace. Con todo, así quiso arriesgarse su autora escénica mediante la ruptura del lenguaje teatral. No es la primera vez, pero nos resulta interesante explorar, incluso, teóricamente estas posibilidades.El riesgo estaba dado, pero el riesgo por sí solo no es suficiente. Se requiere de dominio escénico y de cuáles son aquellas condiciones teatrales que lo exige. Pero lo que encuentro atractivo es la posibilidad de poner al teatro en otro nivel de la discusión, al buscar otros sucesos de la representación en el que predominaba la relación expresionista de los personajes y la utilización del espacio hasta niveles bizarros de su instrumentación: todo se nos hacía abrupto, pero condicionaba nuestras emociones. El propósito casi agresivo de esa ruptura se nos hizo placentero y de allí su percepción del teatro como proceso hacia un «laboratorio teatral». Y esto es ya decir bastante. En ese sentido nos encontramos con lo novedoso, con la experiencia de valorar otras posibilidades de (re)crear el espacio escénico. Esta joven directora tendrá muchas posibilidades en la medida que alcance entender que la obra se le hace proceso. Una experiencia interesante para su crecimiento estético, sus hallazgos son proporcionales al rigor que le confiera a esa búsqueda. Y pienso que la crítica tiene mucha responsabilidad en sensibilizar y condicionar esa discusión en el teatro venezolano.

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