miércoles, 25 de agosto de 2010

La locura atraviesa la escena

Genoveva Mora - desde Ecuador

Locura: sustantivo femenino capaz de nombrar al más cuerdo. Causante de que un individuo actúe en contra de las exigencias, de las necesidades; es decir, síntoma de quien decide subir a la escena para ser otro, para enajenarse de sí mismo en un acto temerario llamado Actuación. Hay que estar, al menos, medio loco para subir a la escena y muy loco para hacer la vida en ella y a través de ella, sin duda.

Claro que hay irresponsables que se hacen los locos, trepan al escenario con gran desfachatez y creen que hay que aplaudirlos. Los hay aquellos que intentan transformarse pero dejan ver su impostura, y también quieren que los aplaudan.

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1. Locura y razón son dos caras de la moneda, una no habita sin la otra. No existirían personajes cuyos actos objetivamente absurdos perturben la realidad, y además nos atrapen en su juego, como ocurre en La muerte de los Clowndestinos, dirigidos por Cacho Gallegos, quienes hacen del gesto y una buscada candidez, la herramienta certera que nos mantiene entre la risa franca y una especie de dolor, aquel que nos invade frente a cualquier féretro. Este juego inteligentemente logrado, sin una palabra de por medio, cumple con una de las pretensiones del teatro: la transgresión, lograda de manera sutil y creativa por cuatro locos que hurgan en lo profundo de su ser, dan la vuelta el bolsillo y se muestran en su más honesta extravagancia, precisa, medida para mostrar que el cuerpo en sí mismo puede ser signo y personaje. Los clowdestinos: Paulina Sánchez, Toño y Santiago Harris, Santiago Baculima (en Francia desde hace dos años, estudiando mimo) y Virginia Cordero, son un grupo cuencano que lleva cinco años “fuera de la norma”, forjando identidad y una marca de locura y convicción.

La muerte

Dirección: Cacho Gallegos

Actuación: Antonio Harris (Anónimo), Paulina Sánchez (Amnesia), Virginia Cordero (Anestesia), Santiago Baculima (Bonifacio).

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2. Itzel Cuevas, más loca aún que el personaje del cuento de Saramago, hace gala de elevar un grado la insensatez de ese hombre que se atreve frente al rey para que le respalde en una descabezada aventura. La ilustre desconocida se apodera de la ficción, y un acto de voluntaria esquizofrenia invade al personaje, lo asume, se transforma en uno y en varios, trastoca espacios y navega a su manera. Actriz de grandes posibilidades se apodera del barco con inmensa seguridad, su cuerpo se modifica, su voz adquiere la textura necesaria y el espacio también muta de acuerdo con el momento dramático. Nos convierte en tripulación encantada y con ella enfilamos por un sendero de ironía, dramatismo y ternura. Itzel ha decidido salir del anonimato y convertirse en una ilustre desconocida, seguro que logrará convencer al rey y sus devotos. Ella, mexicana que por ahora tiene cédula guayaca, está aportando con la honestidad de un trabajo arduo, corroborando que para hacer teatro lo imperativo es crear personajes.

La ilustre desconocida (Basada en el cuento “La isla desconocida” de Saramago)

Estreno: Sala Malayerba, 10 de noviembre

Dirección: Martín Vaamonde

Actuación: Itzel Cuevas

Asistencia técnica y general del a obra: Aníbal Páez

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3. Como las manifestaciones de locura son variadas, Lucho Mueckay aparece como un loco perspicaz y humano, caricatura de aquellos que ocupan una silla en el amplísimo organigrama de la burocracia y avanzan hacia el fracaso y el delirio de creerse mimados del señor del gran poder.

Mueckay trabaja con textos de Gogol y Daniel Bohr los contextualiza con acierto. Hace de Marva, apenas nombrada en el cuento ruso, un personaje presente que de tanto mirarse en la locura de Ausencio la ha asumido. (A pesar de que en ocasiones se hace la loca y lo notamos).

Ausencio es un personaje contundente, tiene momentos muy altos, como aquel después de la agresión de Marva, cuando desfila con la dignidad del orate y parece que va camino a la muerte o la locura profunda, por eso nos sorprende su regreso demasiado cómico: el cabezón, aunque divierte, parece un intermedio cómico en medio de un drama profundo; de una atmósfera de hospital conseguida sin demasiado andamiaje, cuya textura de paredes y vestuario imprime el sello hospitalario. Pero sobre todo, por la presencia de un personaje conseguido mediante una actuación impecable.

Diario de un loco

Texto original: Nicolai Gogol, Daniel Bohr

Adaptación y dirección: Lucho Mueckay

Actuación: Michelle Mena y Lucho Mueckay

Banda sonora musicalizada por Neiro David Pérez

Escenografía: Roberto Frisone

Vestuario: Yolanda Bravo

Producción: Sarao

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4. Marilú Vaca ingresa en la nómina para dirigir la demencia de Genoveva, esa doble mujer atrapada en sus fantasmas, en sus nombres que son uno y varios simultáneamente; aprisionada también por Valentina Pacheco. Una reescritura escénica que apuesta por algunos cambios, como la escenografía, que manteniendo el espacio blanco se la ve ahora reducida a esa especie de cárcel física y sicológica que mantiene a Genoveva aislada en sus delirios, desde los que ahora se atreve a salir y auscultar si sus miedos habitan fuera de ese blanco y aterrador cubículo. Valentina toma a su personaje, vive sus avatares con verosimilitud y retenida en la circularidad de su propia pregunta, que abre y cierra la obra, pone en escena la clarísima metáfora de la repetición incansable.

La herencia de Eva

Dramaturgia: Valentina Pacheco y Dieter Welke, Marco Vinicio Romero

Dirección y Puesta en escena: Marilú Vaca

Actuación: Valentina Pacheco

Vestuario: Sara Constante

Escenografía: Pepe Rosales, Valentina Pacheco

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5. Martha Ormaza aborda temas singulares y al tiempo agotados, no por falta de vigencia sino por maltratados: la libertad y lo héroes. Cosa de raros en tiempos donde los héroes han desaparecido, de modo que resultan tan abstractos como la libertad. Recurre a la tragedia clásica para hablar de esta legendaria pretensión. La libertad trasmuta en cuerpo de mujer, es la propia dramaturga y actriz (Martha Ormaza)quien la representa y la ejerce con mucha convicción, de hecho ella es la figura central que comparte con ese héroe, un tanto romántico y anacrónico, el soldado-héroe (Juan José Gatto).

Este texto de Martha Ormaza es un paso más en su ejercicio dramatúrgico, plantea una relación simbólica-metafórica entre la diosa de la libertad y el aspirante a héroe. A pesar de que escénicamente está concebido de manera más bien clásica, épica; textualmente apela a salidas de tono con pretensiones de absurdo o ironía que apenas se consiguen.

Obras de héroes en tiempos de caudillos y populistas! despropósito; desafío, en una sociedad sumida en el individualismo e intereses particulares. Un coro, hoy diríamos veedores, pone la nota serena y escénicamente equilibra ese diálogo ideal (por momentos inverosímil) entre los protagonistas. La música en escena crea la atmósfera y dota a la puesta de mucho carácter. La quiero a morir es una locura romántica y lograda por el esfuerzo de un numeroso elenco inmerso en la moción de su directora.

La quiero a morir

Escrita y dirigida por Martha Ormaza

Actuación: Juan José Gatto, Martha Ormaza

Dirección musical: Óscar Betancourt

Música original: Óscar Betancourt

Escenografía e iluminación: Roberto Frissone

Diseño y realización de vestuario: Bernarda Staël

Coro griego: María Campaña, Andrea Flores, María Mercedes Landeta, Carolina Lizarzaburu, Óscar Betancourt, Freddy Coello y Ricardo Staël

Músicos: Grecia Albán en el violoncello, Sandro Celi en la armónica, percusión, Pablo Villacís y Antonio

Fotografía : Antonella de Bonis

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6. Decir que fue un simulacro es señalar que no llegó a ser representación, sin embargo lograr el simulacro requiere de un doble juego teatral, algo de eso ocurre en ¡Oiga! ¿Qué no ve? donde marginalidad, indigencia y pobreza se vuelven invisibles en el escenario del mundo. No obstante, motivo de talk show, profundo análisis y más disparates comerciales de parte de cerebros preocupados por enviar al mundo un “mensaje” reparador. Será que la constatación de que aquello que un día reclamaba Serge Daney (crítico de cine) en un famoso artículo sobre la estética de la imagen, donde señalaba que ésta había sido sobrepasada desde que la TV y el cine hicieron del efectismo la fórmula probada para producir ese morboso placer de “ver” la violencia, ¿será digo que luego de que este desfile violento de miseria que llena las calles, no queda otra que parodiarlo, tornarlo artificio y mostrar lo invisible?. Una forma descabelladamente teatral de representar la soterrada violencia disfrazándola de ironía y aderezándola de lenguajes no necesariamente teatrales. Lo cierto es que Transs-Aparente logra una mixtura escénica con buena dosis de actuación, lenguaje visual, máscaras, canto y música que dan como resultado una teatralidad que habla de esta demencia urbana desde una mirada crítica. Buen comienzo para un grupo que se inicia y que ojala perdure en la insensatez del teatro de verdad.

¡Oiga! ¿Qué no ve?

Dirección general: Ma. Isolda Vinueza

Producción general: Ma. Isolda Vinueza, Pablo Gamboa, Ana Urbach

Actuación: Olmes Nogales Haro, Sara Tomaselli, Isolda Vinueza, Silvia Brito

Guión: Creación colectiva

Participaron: Dayana Rivera, Pedro Cagigal, Olmes Nogales, Pablo Gamboa, Ma. Guadalupe Alcázar

Video, animación y mezcla en vivo: Pedro Cagigal

Escenografía y utilería: Pablo Gamboa

Vestuario: Yadira Intriago

Diseño de iluminación: Peki Andino

Música y arreglos: Fabían Romero, Sara Tomaselli

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7. Y…hablando de locos, cierro con Kito con K, obra de Peki Andino, que con frecuencia ensaya de frenético en oficinas, ministerios, fundaciones, etc. donde el efecto de sus desbordes ha logrado réditos, le ha permitido llevar a escena, gracias también a su trabajo vehemente e incansable, varias obras de las que en algún momento haremos un balance, puesto que, justamente su arrebato nos ha restado voluntad de comentarlas. Hoy vuelve con Kito con K , ergo no hay queja, es puro teatro y del bueno, por varias razones: un texto mesurado, y no me refiero solamente al contenido sino a eso de ceñirse a una línea dramática y no querer decir “todo”, como ocurre en otros. Construcción de personajes, que si bien sabemos dependen, para “vivir”, en gran medida de los actores y actrices, y si antes los vimos enteramente locos, hoy no se puede reclamar nada, Juana Estrella y Pancho Arias (el más loco de todos) en su delirio trastornan a los demás y lleva al espectador fuera de la butaca, lo conmueven, alteran pero no le permiten sumirse en ningún tipo de catarsis sino que lo mantiene sin tregua. Por eso la presencia de la Juana Guarderas, como la chapa Ruales, concede un respiro y pone la nota de humor, seriamente trabajado. Kito con K es una obra orgánica donde la música en vivo de Sal y Mileto le confiere, literalmente, el tono; se vuelve personaje y crea una atmósfera verdaderamente K. Con actuaciones de innegable calidad y la satisfacción de constatar la constitución de un actor en todo el sentido de la palabra, me refiero a Pancho Arias, quien ha crecido de manera notable y eso es ganancia concreta para el teatro ecuatoriano. Por cierto no se puede dejar de lado el tema de dirección, al loko lo ke es del Peky!

Kito

Escrita y Dirigida por Peky Andino Moscoso

Aktores y personajes: Juana Guarderas, Juana Estrella, Pancho Arias, Sal y Mileto: Igor Icaza, Franco Aguirre, Luis Enríquez

Vestuario: Yadira intriago

Diseño escenografía, vestuario, luces: Peky Andino

Konstrukción de la escenografía: René Yama

Diseño de artes para impresos: Sofía Soto/ Teatro Sucre

Fotografía: Iván garcés

Vídeo: Urbano Films, Roberto Aguirre

Asistente de dirección: Isolda Vinueza

Música original: Paúl Segovia (+), Peky Andino y Sal y Mileto.

Producción ejecutiva: María Beatriz Vergara

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