miércoles, 25 de agosto de 2010

Embajadores Promiscuos

Genoveva Mora - desde Ecuador

¿Quién puede auto designarse embajador del teatro de un país?

La pregunta era inevitable a pesar de que venían avalados por el Ministerio de Cultura Brasilero, su Embajada, y recibidos en Ecuador por la Escuela de Teatro de Universidad Central y Fundación Humanizarte. La respuesta la tiene el propio actor –Renato Borghi- “considero que mi compromiso con lo que hubo y hay de lo mejor de la cultura nacional, me acredita para hacer una especie de embajada del Teatro Brasilero Moderno…”

Y para quienes lo vimos, su palabra fue reafirmando ese compromiso de promiscuidad teatral, por aquello de tomar de todo lado, recorrer la dramaturgia, la literatura, el cine y transferir al espectador una amplia gama de emociones. Una misión que habla de su territorio particular, caótico, diverso y cambiante como es el mundo brasileño, lo hace a través del encuentro de los más diversos lenguajes teatrales, de actores que no simpatizan con la idea de tener una sola dirección, y que se saben capaces y forman parte de las decisiones dramáticas. Un grupo que convoca y convence, sobre todo, luego de ver en escena las obras protagonizadas por este magnífico hombre de teatro: Renato Borghi junto a Elcio Nogueira Seixas.

Esta misión arrogada por Teatro Promiscuo tiene tres puntos fundamentales:

Establecer la interrelación con el teatro de los países Iberoamericanos y al tiempo conocer cómo y quienes hacen la escena de los países visitados. Recoger una muestra de textos dramáticos en cada lugar y de ahí seleccionar el texto que representará a cada país en una publicación que vendrá luego de terminado este periplo.

En segundo lugar está su famoso Workshop, un seminario que lo dictan Borghi y Noriega Seixas desde mil novecientos noventa y tres: ENCARANDO EL PERSONAJE, un taller avanzado, dirigido a actrices, directoras y egresadas (con sus respectivos masculinos) de las escuelas de teatro.

REVISTA DE TEATRO BRASILERO: un mezcla de performance y seminario, que Borghi la probó haca seis años aproximadamente y obtuvo enorme resultado y una decidida participación del público, es decir un modelo de seminario teatral que va más allá del aula de clase. Una singular manera de contar la historia del teatro moderno de su país.

Esta emblemática misión se empieza construir, quizá mucho antes de las fechas que dan testimonio, y es que Borghi inicia su carrera teatral hace más de cincuenta años con las grandes revistas cariocas, más adelante vendrá el famoso Teatro Oficina, grupo que marca, según los estudiosos, un antes y un después en el teatro brasileño moderno con montajes como El rey de la vela, Pequeños Burgueses, entre otras. En los años setenta, ya fuera del grupo aunque muy involucrado en el “teatro de la resistencia”, que seguramente es el impulso para en la década siguiente empezar, a través de una dramaturgia propia, a propiciar un teatro que involucra y conmueve al espectador, tarea que es ampliamente reconocida y premiada. Llegarán los años noventa y Borghi funda Teatro Promiscuo un grupo cuyos objetivos no están centrados únicamente en la escena, sino que cumple con una labor teatral orgánica, dictan seminarios, intercambian experiencia con otros elencos, comparten actores, dramaturgias; provocan sucesos como La muestra de Dramaturgia Contemporánea que lleva a la palestra a un importante número de jóvenes escritores. Hasta que llega el momento de materializar el sueño de “salir” de Brasil con esta embajada teatral.

Merece enfatizar algunos aspectos de este personaje, uno de ellos y quizá el que le confiere esta admirable vitalidad: la convicción de ser actor, dramaturgo, pero no querer acaparar todas las instancias teatrales; generalmente no es Borghi el que dirige las obras, su tarea es crear personajes. Trabaja con distintos actores y dramaturgos, directores. En toda esta experiencia reconoce la presencia de escritores que mediante su obra o sus propuestas marcaron la verdadera esencia de un momento teatral e histórico, como Oswald Andrade, autor de El rey de las velas, texto que luego se convertirá en el film emblemático y atrevido, mezcla de circo, teatro y ópera llevado a la pantalla como un discurso autocrítico, “antropofógico” como lo llama Borghi, que literalmente se come a Brasil y sus pecados, pecados ajenos –de politiqueros y empresarios inescrupulosos-, que éste como tantos pueblos latinoamericanos seguimos pagando. El teatro que los precede e influye incuestionablemente es el de Nelson Rodríguez y Plino Marcos, con su Vestido de Novia , un teatro que en su momento escandalizó y desestabilizó la sonrisa de unas cuantos asistentes, así como despertó a la necesidad de resistir y combatir la estupidez moderna.

Renato Borghi, un actor que encarna en todo sentido la acepción de la palabra, si bien en sus seminarios da cuenta del más e medio siglo en el teatro, de una trayectoria que empieza con las revistas teatrales, en el escenario es simple y portentosamente un “actor”.

Tres cigarrillos y la última lasaña

Desde una actuación, que si necesitamos calificarla, diríamos más bien naturalista, Renato Borghi, dirigido por Débora Dubois, da cuenta de una ceremonia cotidiana, rutinaria y al mismo tiempo extraordinaria el momento en que ya no cuenta con su mano para celebrarla. Es ahí donde empieza la gran metáfora del cuerpo fragmentado, incompleto.

¿Qué es lo sustancial de esta puesta en escena? La simpleza (aparente) con la que se posesiona del personaje, quien con gestos mínimos, con un ritmo que mantiene el suspenso y la sobriedad dramática, consigue amalgamar lo trágico y lo cómico. Entrega a los espectadores un trabajo que resume la pericia de “ser” actor y se convierte en ese personaje rotundo capaz de llevar un discurso por el que trashuman distintos niveles de afectación y lectura.

Esa mano ajena bien puede ser la alegoría de las prótesis que sostienen al individuo moderno, de la técnica falible y la sordera de los genios que todo lo resuelven en el afuera. La ceremonia personal de este individuo aislado copa la escena de una atmósfera kafkiana de inconmensurable soledad, cuando de tragedias personales se trata.

Dentro

Una obra intensa, escrita por un joven dramaturgo brasileño Newton Moreno, desafía a Borghi y su compañero de grupo Elcio Nogueria Seixas, bajo la dirección de Nilton Bicudo. Estos dos personajes encaran una vivencia extrema que solamente puede ser resuelta en un soberbio estado teatral. Un poema homo-erótico expresado con el cuerpo en un reducido espacio físico, donde los actores confirman, especialmente Borghi, que la actuación es una convicción interior, donde cada gesto emana de las entrañas, un ritual en el que se arriesga todo.

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