Fotos: Cortesía de Juan Carlos Cremata
En ese modo de proceder radica la clave para posicionarse frente al montaje. El espectáculo, pues, parte de una poética “degenerada” que hace de lo bajo, lo soez, lo incorrecto, lo vulgar su poética. Por eso, no cabe la acusación de irrespetuoso, no es dable describir la puesta desde la “falta de respeto” o el “exceso” si esos vectores son, en definitiva, los móviles, las maneras mismas, las bases de su poética, precisamente. Ello no es óbice para interpretar y enjuiciar —las grandes tareas de la crítica— Frigidaire. De hecho, cito términos utilizados por críticos, periodistas y especialistas en la polémica que desató, no solo a través de la palabra escrita, pero mi intención, más que disentir de otras apreciaciones, es la de aportar una recolocación de la mirada sobre la puesta.
Territorio de subgéneros —ya el prefijo acusa el nivel bajo frente a los grandes géneros— contiene el magma típico para la incomprensión, rechazo o menosprecio por parte de la alta cultura. Recuérdese que Los Van Van no son de la gran escena ¡Qué injusticia! Sirva el guiño, de paso, como homenaje personal a la orquesta de Juan Formell en sus inigualables 40 años de vida.
Frigidaire acude a una mezcla promiscua y vívida de tradiciones tanto universales, como de nuestras lecturas resultantes de aquellas. Léase vodevil, cabaret —no alemán sino de barrio, de esquina—, bufo y vernáculo cubanos, Alhambra y Shangai mezclados.
Esa promiscuidad no es acusadora, es de celebración carnavalesca, un jolgorio homenaje a parte de lo que somos por dentro y por fuera, de día y de noche, en la calle y en la casa, en la mesa y en la cama, en lo “oficial” y en lo privado. No quiero decir que todos somos así de manera escondida ni mucho menos; pero son los rasgos que, de la mano del grotesco y el choteo, nos pinta y por supuesto, nos critica ante el espejo de una imagen no realista, distorsionada a nivel estético, pero no incierta en cuanto a reconocernos a nosotros mismos en nuestros excesos. Como nos enseñó la fiesta, si cubana mejor, y nos ratificó teóricamente Bajtín, el comportamiento en el carnaval es raigalmente distinto al comportamiento cotidiano de los humanos, reglado por leyes y convenciones escritas y no escritas.
Un chiste “fuerte”, parece en efecto fuerte sobre el escenario si concierne a lo histórico, lo político, lo social o lo humano, pero lo usamos con frecuencia fuera de él. Esto siempre va a ser así, es parte consustancial del enigma humano ante el espejo; la diferencia estriba en que la estética de Frigidaire brinda el marco estético adecuado para la legitimidad de esa subida a escena de la mala palabra, lo soez y lo obsceno.
No quiero, sin embargo, dejar de valorar un “detalle”: el extraordinario desempeño de los actores Hugo Vargas y Waldo Franco. Sin la valiente caradura para tales desdoblamientos y la deslumbrante comprensión y ejecución de “una tradición” que no ha llegado hasta ellos de modo directo, pero que el río o el sedimento de la cultura hace aflorar en sus cuerpos y mentes, el espectáculo fuera otro o, sencillamente, no existiría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario